miércoles, 26 de octubre de 2011

Una escena o un pedazo de vida

Me ponen a recitar una canción que soy yo, un tango que sangra.
"¡La frente en alto! Sos la princesa bárbara, terror de los hombres blandos como el agua", me dice con severidad.
Me levanto, me pongo el turbante (a lo Graciela Borges) y me transformo en una Antígona porteña despiadadamente vengativa enamorada del amor en carne viva.
Tengo mucho ritual pagano encima. En este cuerpo hay muchas batallas y muchas blasfemias.
Soy compañera de las bestias estranguladoras.
Me río de todo eso porque no quiero la vida eterna sino la intensidad del momento.
"Primero hay que saber sufrir" y le muestro la soga atada a la cintura, oculta debajo del vestido negro. Me enojo con la cocina, con las piernas cruzadas, con las promesas tibias.
Camino en círculos, sin dejar de recitar las frases que me complementan:
"...después amar".
Amar en un intervalo sin tiempo y solo al valiente que me entregue la totalidad del universo, ese Aleph debajo de la escalera donde están todas las emociones corriendo al unísono.
Lloro entre risas. Me libero de todo prejuicio.
Y me dice: "Otra vez apareció sin querer Circe, aún más peligrosa y terrible".
Es lógico que eso suceda.
Mi compatriota (Julio) la trajo al mundo para que pueda juntarme regularmente con ella a tomar el té y fabricar bombones de veneno para matar,
morir y volver renovada a esta vida insulsa que nos ata.
Se acorta la cadencia de las palabras.
"...después partir y al fin andar sin pensamiento".
Ya pasó todo. Una vez más. Una historia más.
Otro escenario queda vacío.

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