viernes, 13 de julio de 2012

Soy algo amorfo que habita entre Bukowski y un cuento de hadas


Estoy vacío. Me caigo y me levanto. Soy la música que escucho y los pensamientos que se escapan. Busco algo, constantemente. Busco con falsa motivación y de cara a no tener resultados. Me percibo más inquieto que de costumbre. Busco textos, leo más, me confundo en extremo. Miro la vida con ojos muertos. Fuera de foco hay cosas que se mueven y viven y ríen y trabajan y sueñan. Hay tantas almas como conocidos. Hay personas amigas. Hay personas amadas. Hay familia. Hay compañeros de trabajo. Si. Hay todo eso en un lugar del que escapo sin miedo al desenlace. Me horroriza el desapego que me invade y tiende a dejarme sin juventud. Pero más me sofocan los latidos efervescentes de mis versiones felices. ¡Qué de anhelos y de empatías! Me rodean los sueños de todos al punto que no me dejan espacio para respirar. Habita en mi garganta un nudo de convicciones que se marchitan. Solo pienso en dormir, en tomar una cerveza y recibir una dosis mínima de cariño que salve el día. No pertenezco. No me comprometo. No quiero que me miren. Odio con fervor a los inoperantes, a los que boquean idioteces, a los que exageran la felicidad sin torcer nunca la sonrisa. A mi, la felicidad me cuesta mucho. Le dejo una nota sobre la almohada y voy a esconder la cabeza debajo de la mesa, apretando los puños contra el pecho para no sentir.

“Marie: Te amo. Eres muy buena conmigo. Pero debo irme. 
Y  no sé exactamente por qué. Estoy loco, supongo. Adiós.”

Charley

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