Balcarce. Escuela primaria. 1994. Ese viernes me gané una entrada gratis para la proyección de El Rey León en el Cine Moderno. Me junté con un grupo en la puerta de la escuela y fuimos caminando hasta el centro. Desde chica para mi el cine es lo que para un fanático católico la misa: un acto religioso en el cual un Dios se transustancia con el correr de los fotogramas. Ante el comportamiento blasfemo de mis compañeros, que hablaban en voz alta y se tiraban cosas, me fui a sentar a otro lado con mi caja de maní con chocolate (la cual debía terminar antes de que empiece la función). Y así pasó delante mío esa historia de leones (¿una versión felina de Hamlet quizás?). Me emocioné con la muerte de Mufasa, me reí con Timón y Pumba y conocí la filosofía del Hakuna Matata. Hoy todo eso volvió, en el 2011. No en forma de fichas (como Alf) sino en su par moderno: el 3D. Antes de entrar a la sala, en otra ciudad, en otra época y cargando una versión distinta de mi misma, me colgué con la conversación de una pareja joven:
ÉL: Todavía no puedo creer que no hayas visto esta película
ELLA: Y yo no puedo creer que la estemos viniendo a ver (se ríe)
ÉL: No seas mala, dale una oportunidad
Casualmente (o no) se sentaron al lado mío. Cada tanto yo lo miraba de reojo porque su cara de emoción estaba llena de esa maravillosa inocencia atemporal. Cuando llegó el esperado reencuentro de los protagonistas y empezaron a sonar los primeros acordes:
ÉL: ¡Esta canción es lo más!
ELLA: (se ríe) Decí que te quiero tanto... (lo besa y lo abraza fuerte)
... y a mí se me escapó un lagrimón por debajo de los lentes tras el impacto del amor que cobraba tridimensionalidad a sólo un codo de distancia. "Can you feel the love tonight?" seguía preguntando la canción. ¡Claro que sí, Sir Elton! Lo siento, irradia calor y da cosquillas y estoy feliz de que sea así, porque como diría una de mis mentoras contemporáneas: lo peor que te puede pasar es sentir frío en el corazón.
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