jueves, 4 de octubre de 2012

Dos elefantes solos

Manuel frota sus ojeras, ladea la cabeza y se toma un té. Se puso el sweater al revés y la etiqueta le hace picar el cuello. Del techo, caen gotas de rocío que mojan los almohadones del sillón. Suena el teléfono de línea. Los vecinos, una pareja de simios adiestrados, vuelven a su casa luego de una noche agitada. Suena She Said She Said de los Beatles. El celular quedó en el bolsillo del pantalón. No quiere levantarse a atender. El fondo de la taza está percudido por el uso. Este detalle le revuelve el estómago. Alza la mirada. Hay una mancha de humedad en la pared del comedor. Tiene forma de elefante. Es raro. Los elefantes de moho no deberían moverse. Este camina y agita los pabellones auriculares con emoción. Debe ser abrumadora la soledad en una sabana de pintura sintética color amarillo pastel.
Manuel saluda a la criatura con un dejo de compasión y sube las escaleras. Su habitación no tiene ventanas, es un nido perfecto. Se sienta en el piso y se queda mirándose a si mismo dormir profundamente. Está tendido boca arriba, rumiando. Debe ser abrumadora la soledad en unas sábanas de algodón color celeste.

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