Al pequeño Lars le gustaba sentarse a observar detenidamente la formación de las tormentas.
No es una actividad fácil, requiere mucha concentración.
De la observación atenta y con voluntad de ciencia, se desprenden una serie de factores/situaciones:
- Las nubes giran en sentidos contrapuestos
- Se intensifica el olor del pasto
- Los perros bostezan con mayor frecuencia
- Las ciudades tienden al silencio
- Las hormigas caminan a mayor velocidad
- Las personas suspiran a intervalos muy cortos de tiempo.
Se podría decir que se percibe un incremento general de la melancolía, escribió Lars en su cuaderno de tapa verde.
Esta es una melancolía de la cual queda exento aquel que ve en la formación de las tormentas el preámbulo de un pequeño apocalipsis.
Nada se sabe (a ciencia cierta) sobre el origen del mundo.
Del principio de la vida, pasando por el sentido de la vida hasta lo que hay después de la vida, lo único que podemos sacar son algunas conjeturas para sobrellevar nuestra ignorancia innata.
Lars, como la mayoría de los genios, locos y buscadores de misterios, se entretiene fantaseando con el final de todo.
Como todo egomaníaco, no quiere dejar el mundo, quiere irse con el mundo mismo a cuestas. Entonces va de la observación a las notas, de las notas a las imágenes y de ahí, al arte.
Y ahí decide guardar una fantasía, un deseo, un final.
Después de todo, los finales, tienen esa capacidad increíble de permanecer en la memoria.
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