Buscando chinos, bollos de calabaza fritos y cosas brillantes, me desvío unas cuadras por Teodoro García. Me acuerdo de Chacarita, de mis amigas y su mascota. Doy la vuelta (compro chipá) y eso es todo: lonas al sol, mate, conversación casual y el perro dando vueltas y enredándose con la gente que pasa. La ciudad murmura, porque los domingos habla bajo, le tiembla la voz. A mi se me cierran los ojos, me duele la cabeza y tengo la sensación de que todo da vueltas (son los resabios de una noche larga). Después de unas horas, cuando el día parece terminar como empezó, me pasa a buscar mi compañero de aventuras y nos vamos rumbo a plaza Bolivia. Como siempre, derecho por Lacroze, luego doblar en Libertador. Maravillarnos con las casas que parecen mansiones, hablar de los domingos a la tarde, del tiempo que nunca muere y del desamor latente. Su ansiedad y mis reflexiones. Su catarata de palabras y mi mirada perdida. Nos sentamos a cenar en la vereda. A nuestro alrededor, un grupo de ancianas (El Club de Amigas del Bridge de Las Cañitas) nos miran con fingida compasión. "Para muchos esto es grasa, para mi son vacaciones". Lo escucho decir eso y recuerdo por qué lo quiero y por qué estamos una vez más comiendo juntos, en la calle, como indigentes de la vida, libres de todo (de casi todo). Se queda callado y lo dejo ser. Yo sé que es así cuando lo ataca la nostalgia. Yo estuve en el mismo lugar, en la misma abstinencia... en esa emoción atragantada de extrañar a diario a quién inevitablemente se vuelve un fantasma con el correr de los días. Emprendemos la vuelta caminando erráticamente intentado esquivar el lunes que se avecina. Nos contentamos con un nuevo chiste, una nueva anécdota y con Buenos Aires, la ciudad que nos adoptó y tantas veces nos vio vagabundear. Llego al silencio de mi casa. Me acuesto con las manos siempre frías, la cabeza fresca y el espíritu en tibia paz (sólo porque es domingo). No me invade la soledad. No. ¿Por qué? Porque solía sentirme sola hasta que me hice amiga de mis demonios.
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No me invade la soledad. No. ¿Por qué? Porque solía sentirme sola hasta que me hice amiga de mis demonios.
Nada más.
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