jueves, 19 de agosto de 2010

Reinventarse


Hollywood no siempre es real.
Eso no significa que cada tanto se llegue a colar entre situaciones anecdóticas a través de un viento que sopla de forma poco común, una catarata de truenos apocalíptica, un encuadre que retrata a un anciano solitario en el banco de la plaza, una pareja que se despide efusivamente en los andenes de Retiro o una señora que recibe el llamado de Susana el domingo y eso le cambia la vida en el barrio. No sé. hay muchas formas de que esos destellos hollywoodenses se mezclen con la escala de grises y colores que manejamos a diario. No siempre es real, dije. Reformulo. Casi nunca es real.
Ahora sí. No me digas que no hay mañanas en las que te calzas el reproductor de música, la mejor pilcha y salís por las calles de la ciudad con la frente en alto. Cruzan volando los pajaritos de Disney, las personas te sonríen y de golpe… estás en un musical de Brodway, al grito de “AQUÍ LA VIDA ES DIVINA”.
Otras veces, simplemente somos almodovarianas. Lloramos desconsoladamente porque nos duelen los pies de usar los zapatos que ese (al que queríamos tanto) nos regaló y ya nos quedan chicos. Pero los usamos igual, porque somos guapas y salimos a la calle aunque nos duelan las entrañas.
A veces nos saturammos de rouge y el rimel nos marca surcos negros en la cara mientras le cantamos al espejo una canción desconsolada. Somos una película francesa y Godard o Resnais nos enredan la vida con un montaje sin coherencia.

Ficción y realidad se mezclan a menudo en un diálogo que nos llena el alma. Están ahí esas imágenes que nos identifican y nos reinventan (porque las ideas no son de nadie, vuelan libre como los ángeles y las musas).
Y la vida sigue… y la nave va, porque tanto en la ficción como en la realidad, todo es cartón pintado.

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