lunes, 9 de agosto de 2010

¿Por qué nos atan los domingos y nos mata el lunes?

Esa tarde dominguera (que mi vida porteña ha sabido resignificar) ya no me huele tanto a mate y siesta ni tampoco a la sensación de que se avecina una cena con los sobrantes del mediodía. Esa tarde dominguera me lastima un poco cuando es soleada, con brisa fresca y con la radio sonando de fondo. Me duele porque se acaba, porque se va. Porque intento desesperadamente que cuando llegue la noche, el sueño se alargue antes de empezar de nuevo: las lagañas, la ducha, elegir la ropa, un desayuno para llenar el estómago, las monedas, la fila del colectivo, el bamboleo de las calles, la llave de la oficina, la computadora que se enciende y ya está. Es lunes.
Es lunes y es trabajo. Y es martes y es trabajo. Y así se va la semana con algunos paréntesis de humor y de arte. Y aunque suene como una bajada publicitaria de zapatillas de lona, me doy cuenta de que soy todo lo que soy cuando no hago nada.

1 comentario:

Makuni dijo...

es como que me pasa exactamente lo mismo. por suerte, tenemos a nuestra floreada imaginación!

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