Creo que soy un desastre un tanto gracioso y un tanto insoportable.
Si me preguntás, te respondo: "No me caigo bien, pero llego a entenderme".
Me conozco mucho. Y me miento mucho más.
Es común mentirse con mentirosas verdades verídicas menos falsas que la mentira de la verdad...
por lo cual mejor me ahogo en cuestiones relativistas y me dejo de creer cosas que no son ciertas.
Tengo en el pecho una marca de nacimiento, no se que significa.
Intuyo que debe ser el pecado original, la marca de la bestia o algún antojo que no le cumplieron a mi madre cuando estaba embarazada de mi. Me fui de tema, perdón.
Algunos se pierden mirándose el ombligo, yo me pierdo mirándome el pecho.
Retomo.
El problema es que los camaleones somos bichos raros como encendidos que jugamos a perdernos entre los colores del mundo y de tanto hacerme la viva, me perdí.
Lo interesante (casi metafísico) de esto, es que fue una pérdida, no una falla en la orientación.
Hubo un momento en el cual se me desprendió un elemento y se llevó algunas de mis miradas, la mayoría de las ilusiones y la capacidad de saltar de la cama exaltada por vivir.
Solía tener un reino de palabras, la piel tersa y la espalda expectante.
Ahora soy una media persona, a medio tranco y a media sombra.
No me molesta estar así (la otra parte se llevó la autoconciencia).
No debe estar muy lejos. Ya no me interesa, no me dan ganas de salir a buscarla.
Esa parte tenía el mal humor, los enojos repentinos y la actitud volcánica frente a los cambios bruscos.
Ella me espía, lo sé. Yo la saludo en voz alta con la mirada fija en los azulejos de la cocina.
Anda por ahí.
Si no vuelve, quizás sea lo mejor.
Al fin y al cabo, todos somos recortes de energía errantes, pedazos de cielo, sonidos y luces que se van desintegrando por ahí, dejando su marca, dando prueba de la existencia.
Y el tiempo que nunca muere, pasa a recolectarnos en forma de recuerdos.