miércoles, 24 de agosto de 2011
domingo, 7 de agosto de 2011
La lluvia de noviembre y yo
Dicen que nada dura para siempre. Es algo que dicen y cada tanto tomo como estandarte de mis propias ideas. Pero el mundo es demasiado relativo como para ponerse a batallar entre verdades e incertezas. Intuyo que hay algo que escapa a esa premisa. Al menos, por ahora. No puedo saber si permanecerá “por siempre”, pero creo que tiene potencial longevo y sobrevivirá mientras algo de mi sobreviva. Es una historia de amor. Y empezó cuando tenía once años.
Estábamos con mi familia de visita en la casa de una de mis tías. Pregunté por mi primo y me dijeron que estaba en su habitación. Me dirigí al pasillo y subí el primer tramo de la escalera hasta llegar al descanso. Recuerdo todos los detalles: el otoño, el piso de parqué, los escalones que rechinaban. La luz del sol entibiaba el vidrio de la ventana en la que me apoyé súbitamente al escuchar la música que empezó a sonar en la habitación. Era como escuchar la lluvia. Algo mágico, hipnótico. Me senté en uno de los escalones y me quedé ahí, procesando la letra, la música y lo que me pasaba. Quieta y en silencio como quien está en presencia de lo inexplicable. De repente, un solo de guitarra y se me anudó la garganta (por un momento creo que me escapé de mi cuerpo). Y ahí lo supe: me había enamorado de esa conjunción de música y palabras.
Cuando salí del trance, le pude preguntar a mi primo qué era eso. Por suerte mis padres son jóvenes y se casaron siendo rockeros de pelos con permanente en aquellos gloriosos ochenta. Me bastó con buscar entre las cajas de cassettes que había amontonadas en el living de mi casa para encontrar lo que quería. Auriculares, cuaderno y lápiz y una larga sucesión de Rew y Pause me llevaron a dar con el significado de la letra. Durante mi infancia no hubo vacaciones pomposas ni programas de Cris Morena pero tuve siempre el carnet de la biblioteca al día, una bici que me lleve a todos lados y clases de inglés dos veces por semana. Mi papá decía que un día me iban a servir de algo. Y no se equivocó.
Me llevó sus años transitar y comprender el alcance de esa canción. Ella me dice claramente que “nothin' lasts forever and we both know hearts can change”. Pero yo la sigo queriendo. Aún la sigo procesando, sintiendo. Tuvimos nuestros momentos difíciles (sobre todo cuando le gustaba golpearme con estrofas demasiado acordes a la ocasión) pero “never mind the darkness we still can find a way”. Y cada vez que llega el solo de guitarra, me emociono, se me caen algunas lágrimas y me dejo llevar.
Así me pasa hoy: un invierno, a los veinticinco años y con fantasmas de amores y soledades que duermen cerca mío mientras ella sigue repitiendo “you're not the only one”.
Estábamos con mi familia de visita en la casa de una de mis tías. Pregunté por mi primo y me dijeron que estaba en su habitación. Me dirigí al pasillo y subí el primer tramo de la escalera hasta llegar al descanso. Recuerdo todos los detalles: el otoño, el piso de parqué, los escalones que rechinaban. La luz del sol entibiaba el vidrio de la ventana en la que me apoyé súbitamente al escuchar la música que empezó a sonar en la habitación. Era como escuchar la lluvia. Algo mágico, hipnótico. Me senté en uno de los escalones y me quedé ahí, procesando la letra, la música y lo que me pasaba. Quieta y en silencio como quien está en presencia de lo inexplicable. De repente, un solo de guitarra y se me anudó la garganta (por un momento creo que me escapé de mi cuerpo). Y ahí lo supe: me había enamorado de esa conjunción de música y palabras.
Cuando salí del trance, le pude preguntar a mi primo qué era eso. Por suerte mis padres son jóvenes y se casaron siendo rockeros de pelos con permanente en aquellos gloriosos ochenta. Me bastó con buscar entre las cajas de cassettes que había amontonadas en el living de mi casa para encontrar lo que quería. Auriculares, cuaderno y lápiz y una larga sucesión de Rew y Pause me llevaron a dar con el significado de la letra. Durante mi infancia no hubo vacaciones pomposas ni programas de Cris Morena pero tuve siempre el carnet de la biblioteca al día, una bici que me lleve a todos lados y clases de inglés dos veces por semana. Mi papá decía que un día me iban a servir de algo. Y no se equivocó.
Me llevó sus años transitar y comprender el alcance de esa canción. Ella me dice claramente que “nothin' lasts forever and we both know hearts can change”. Pero yo la sigo queriendo. Aún la sigo procesando, sintiendo. Tuvimos nuestros momentos difíciles (sobre todo cuando le gustaba golpearme con estrofas demasiado acordes a la ocasión) pero “never mind the darkness we still can find a way”. Y cada vez que llega el solo de guitarra, me emociono, se me caen algunas lágrimas y me dejo llevar.
Así me pasa hoy: un invierno, a los veinticinco años y con fantasmas de amores y soledades que duermen cerca mío mientras ella sigue repitiendo “you're not the only one”.
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